Juan Pablo Altmark PresidenteAsociación Latinoamericana de Privacidad (ALAP)

Juan Pablo Altmark (ALAP): “Los chips cerebrales deberían contemplar la privacidad desde el diseño”

Juan Pablo Altmark presidente de la Asociación Latinoamericana de Privacidad (ALAP)

Juan Pablo Altmark, presidente de la Asociación Latinoamericana de Privacidad (ALAP).

Dada la complejidad que plantea, Juan Pablo Altmark opina que el desarrollo de los chips cerebrales tendría que contemplar la privacidad desde el diseño y que su implantación requiere normas específicas. “La única manera de frenar el desarrollo y la diseminación descontrolados de este tipo de tecnologías es con una regulación clara y estandarizada”, comenta a ‘Segurilatam’.

En los últimos meses, los chips cerebrales y sus utilidades han adquirido notoriedad a través de los proyectos de las empresas estadounidenses Neuralink –liderada por el magnate Elon Musk– y Synchron. Con la implantación de estos dispositivos se persigue curar enfermedades o facilitar que quienes las padecen puedan disfrutar de una mayor autonomía y movilidad.

Con el fin de conocer qué desafíos plantean los chips en el cerebro en materia de salud, ciberseguridad y privacidad, Segurilatam ha entrevistado a profesionales como Juan Pablo Altmark, presidente de la Asociación Latinoamericana de Privacidad (ALAP).

¿Qué opinión le merece la implantación de chips cerebrales?

Creo que es una pregunta que debemos hacernos y responderla no va ser muy sencillo. Pero, definitivamente, es importante que analicemos los potenciales riesgos de este desarrollo tecnológico antes de que se encuentre plenamente implementado.

Nos encontramos ante la que puede transformarse en la tecnología más revolucionaria jamás creada. La última barrera hacia la singularidad. Máquina y ser humano completamente fusionados e interconectados con todo el conocimiento humano disponible y con todas las experiencias humanas y de máquinas alrededor del mundo. Las posibilidades son infinitas y muchas inimaginables.

Pero, sin lugar a dudas, los riesgos potenciales para la civilización son tan grandes o más que las ventajas imaginables. Sin demasiado esfuerzo, el riesgo de hackeo de estos dispositivos podría poner en riesgo la vida de un ser humano implantado.

Ahora bien: entiendo que esta tecnología puede ser extremadamente importante para tratar enfermedades o deficiencias neurológicas. Y no podemos privar a la humanidad de avances que puedan mejorar sustancialmente la vida de gran parte de su población.

Dicho esto, es sumamente importante empezar a discutir los alcances, los conflictos éticos y morales y los riesgos que cada paso de este desarrollo tecnológico lleve aparejado.

Desde el punto de vista de la privacidad, ¿qué desafíos plantean los chips cerebrales?

Esto dependerá de la información que puedan generar, recolectar y transmitir. Estos dispositivos tendrían que ser desarrollados con un enfoque de privacidad desde el diseño. En principio, nada que surja de nuestro intelecto debería ser accedido por las empresas que desarrollen y mantengan esta tecnología. No podemos crear una puerta de acceso a nuestro último refugio aceptando una política de privacidad. Hay límites que no debemos cruzar como sociedad para que los riesgos del desarrollo tecnológico se puedan controlar y no afecten a nuestra esencia humana.

Con los chips cerebrales también encontraremos paradigmas con los que tendremos que lidiar. Como, por ejemplo, el potencial para comunicarse de personas que sufran enfermedades paralizantes o degenerativas. En algunos casos, el beneficio de este tipo de tecnologías será mayor que el riesgo percibido. Y entiendo que podría justificar su implantación.

“Las regulaciones locales no son suficientes. Dada su complejidad, la implantación de los chips cerebrales requiere normas específicas”

Pero transformar estos chips en la próxima evolución de nuestros teléfonos inteligentes, al famosísimo estilo Matrix, creo que pone en riesgo lo más sagrado que tenemos. Si lo que pensamos se transformase automáticamente en datos en un servidor, poco se tardaría en intentar evitar que pensásemos en temas polémicos, políticos o no alineados con los poderes de turno. Incluso en asuntos que nos generen vergüenza. ¿Seguiríamos siendo nosotros mismos?

Más cercanos a nuestra realidad, no es novedad que muchos gobiernos mantienen programas de vigilancia para evitar ataques terroristas o amenazas contra la seguridad nacional. Imagínense qué tentación para un gobierno conocer qué pensaron, escucharon y dijeron determinadas personas que pudieron haber estado en contacto con un sospechoso, quien, supondremos, no cuenta con el chip implementado para resguardar su privacidad.

Esas tentaciones podrían expandirse rápidamente hasta querer conocer los planes de los opositores o incluso entender el inconsciente colectivo en cada momento, lo cual puede dar lugar a la herramienta política más efectiva jamás desarrollada.

La cantidad de riesgos realmente relevantes para la civilización solo tienen como límite la creatividad. Se podrían escribir miles de libros o guiones para películas de ciencia ficción más atrapantes y dramáticas. Simplemente por eso, los chips en el cerebro son una tecnología que debemos ver con suma cautela y restringir a casos sumamente limitados.

En materia de privacidad, ¿considera que la implantación de chips cerebrales debería regularse?

La única manera de frenar el desarrollo y la diseminación descontrolados de este tipo de tecnologías es con una regulación clara y estandarizada. En mi opinión, la implantación de chips en el cerebro únicamente debería utilizarse para tratar patologías o casos excepcionales mediante prescripción médica y con los más altos estándares de seguridad y confidencialidad.

Nada de esto puede alcanzar al ocio, las redes sociales, los juegos en línea u otra finalidad que no pueda resolverse a través de técnicas menos invasivas.

El problema que existe con estas tecnologías es que no alcanza con regulaciones locales. Sería importante que organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Comité Europeo de Protección de Datos (CEPD), por poner unos ejemplos, así como la sociedad civil y la academia, pudieran expresarse sobre este tipo de dispositivos en foros especializados.

La regulación de los chips en el cerebro podría hacerse por medio de la inclusión de los datos mentales en las categorías de datos sensibles o especialmente protegidos. O bien en apartados específicos que regulen los casos en los que su implantación estaría permitida y bajo qué condiciones. Aun con estas incorporaciones a las normas ya vigentes, creo que ameritaría crear normativas específicas dada su complejidad.